Rosas rojas

"Amurallar el propio sufrimiento es arriesgarte a que te devore desde el interior."

Frida Khalo


El reloj parecía detenido. Mientras buscaba un banco donde sentarse, tropezó con un peatón que iba en dirección contraria. Murmuró una disculpa.
Aquella mañana, su marido le había echado el café encima, después de otra bronca. Sintió un nudo en la garganta, fruto de la humillación que soportaba con resignación, y solo quiso huir de casa, sin volver la vista atrás. Pero en el fondo, tenía la esperanza de que él se diera cuenta de su error y saliera a buscarla con un ramo de rosas rojas.
Sumida en la melancolía, oyó unos pasos que se acercaban a toda prisa. Pero no era él, solo un extraño, agitado, mirando un cielo que amenazaba lluvia.
Miró a su alrededor mientras las gotas caían sobre su rostro, confundiéndose con sus lágrimas, y una opresión le invadió el pecho. Entonces sintió el impulso de volver a casa. Se detuvo frente a la puerta que había dejado abierta. Se peinó el pelo y se ajustó el vestido empapado. Entró y recorrió el salón con la mirada. Allí estaba el hombre con el que había compartido veinte años. Seguía inmóvil frente al televisor.
Cuando la vio, la miró de soslayo.
—¿A dónde te habías ido? —gruñó con mal humor—. Espero que no se te hayan quemado las lentejas, como siempre. ¡Maldita sea! Hoy no estoy para tonterías, con el hambre que tengo.

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